Más que
preocupada uno vio ayer a Ana Mato molesta. Incómoda no por el marrón si no por
tener que dar explicaciones al vulgo. A esa tan cacareada opinión pública que
no tiene ni idea de happenings ni de fiestas
de cumpleaños pagadas con dinero del Monopoly ciudadano. A esa Mato más
amohinada que circunspecta se le llenó la boca de protocolos. Protocolos fallidos
y no reconocidos, claro, y hasta arrugó el entrecejo cuando algún inconsciente
osó mentar a la bicha, la dimisión.
La ministra
despachó al morlaco mirando a sus lados para esquivar cualquier pregunta mínimamente
comprometedora y lanzó mensajes de tranquilidad que alarmaron a la población
hasta límites insospechados. Otro nuevo hito de la política celtíbera. Otro
triunfo de la marca España.
Cualquier
día de estos Mato se pasará por el congreso para que le pregunten obviedades y
lo mismo, si suena la flauta, alguien le hará sentir de nuevo molesta. Incómoda
en su papel de señora que tiene que parecer que sabe sin tener ni pajolera
idea. A esa pregunta sorprendentemente inteligente ella responderá como tan
bien sabe hacer: marcando esas patas de gallo aradas en años nuevos en los
Alpes suizos, achinando los ojos de manera amenazante, como si perdonara la
vida de aquel que ha descubierto sin ser América su inutilidad.
Mientras
eso ocurre, vayan ustedes apretando el trasero, no vaya a ser que nos llenen el susodicho de protocolos a la mínima de cambio.