El malo de la película

El malo de la película

lunes, 2 de noviembre de 2015

Muertos vivientes

Hace ya bastantes años que pongo el despertador para que suene mucho antes de lo necesario. Me visto despacio, tomo lo que cualquier nutricionista calificaría de desayuno lleno de carencias y salgo de casa con la perra cuando aún el alba no es ni siquiera una promesa. Me gusta estrenar las calles cada día, notar que están frescas, crujientes, recién hechas. Esa sensación de virginidad, de casi absoluta soledad le hace a uno sentirse poderoso por tener el privilegio de vivir momentos que el sueño arrebata a los demás. Saboreo cada paso con deleite, pausadamente. No tengo prisa por romper el hechizo que el final de la noche teje para mí antes de que el amanecer descosa el momento.

A veces imagino que soy el único superviviente de la raza humana, una especie de Will Smith en “Soy Leyenda” pero a la española, o lo que es lo mismo, más pálido, más enclenque y con muchos menos medios. Raro es el día en el que me cruzo con algún otro transeúnte que sale de casa apresuradamente y, cuando eso ocurre, estoy convencido de que es un muerto viviente empujado a abandonar su oscura guarida desesperado por encontrar algo que llevarse a la boca, sea sangre fresca o un ascenso tras muchos trienios de madrugones con el objeto de ser el primero en llegar a la oficina. Muchos de estos zombies madrugadores acarrean maletines con ruedas donde descansan portátiles no-muertos que se encenderán más tarde para desposeer aún más de vida a los que tienen enfrente. Los solitarios caminantes, vestidos con elegantísimos trajes de marca impecables por fuera pero raídos en su esencia, me miran con recelo, notan que no soy uno de los suyos. Ellos pueden oler a kilómetros que soy un impostor. Cuando están a mi altura me miran de reojo y muestran los colmillos instintivamente. Casi siempre tengo que sujetar a la perra para que no se lance a morderlos en mi defensa o para que ellos no le muerdan a ella y luego me devoren en un sangriento festín con aspiraciones de desayuno continental.  




Todas las mañanas tras cerrar la puerta de casa, ya de regreso, me invade una sensación de victoria, de misión cumplida. Un día más con vida, un nueva vuelta al campamento base después de la incursión tras las líneas enemigas. En la ducha intento frotar fuerte la piel para despegar las escamas con las que me han impregnado las torvas miradas de los muertos vivientes que se dirigían a la estación de metro o que esperaban bajo la marquesina del autobús. Apenas dispongo de unos minutos para vestirme y salir a la calle casi a la carrera. Acelero el paso cuidando de que el maletín del portátil no se atasque en cualquiera de los baches que florecen en las aceras y si me cruzo con alguien que camina despreocupadamente y sin prisa intento oler su sangre de impostor. Casi en todas las ocasiones muestro los colmillos y me moriría por hincarle el diente. 

viernes, 29 de mayo de 2015

Lideressa

Cree Esperanza que tuiteando a golpe de estertor podrá burlar su muerte política. Ella, con su tan neoliberal sapiencia, conoce los síntomas y nota en sí misma un latido débil desde que el electorado asesinó sus ínfulas de renacida guardiana de la ortodoxia y el nuevo orden mundial. Parece ya más calmada, menos proclive a ofrecer a cualquiera con un puñado de votos sus encantos. Varios días ha pasado Espe guardando la esquina desde la que dejaba ver la mercancía, esos veintiún concejales que se adivinaban entre el escote, pero aún es de esperar alguna impúdica ocurrencia. Una postrera invitación a la coyunda municipal. Lo mismo exhala su último suspiro en las redes sociales prometiendo un silencio que será tan estruendoso como presencial fue su ausencia cuando dijo que se marchaba para luego volver sin haberse ido nunca.



Rezará la lápida: “Aquí yace la lideresa” y ella se levantará de la tumba tan pichi para ordenar con desdén al cantero que le ponga una s de más. Lideressa tiene mucho más charme, ¡dónde va a parar!

martes, 7 de octubre de 2014

Llena de protocolos

Más que preocupada uno vio ayer a Ana Mato molesta. Incómoda no por el marrón si no por tener que dar explicaciones al vulgo. A esa tan cacareada opinión pública que no tiene ni idea de happenings ni de fiestas de cumpleaños pagadas con dinero del Monopoly ciudadano. A esa Mato más amohinada que circunspecta se le llenó la boca de protocolos. Protocolos fallidos y no reconocidos, claro, y hasta arrugó el entrecejo cuando algún inconsciente osó mentar a la bicha, la dimisión.

La ministra despachó al morlaco mirando a sus lados para esquivar cualquier pregunta mínimamente comprometedora y lanzó mensajes de tranquilidad que alarmaron a la población hasta límites insospechados. Otro nuevo hito de la política celtíbera. Otro triunfo de la marca España.



Cualquier día de estos Mato se pasará por el congreso para que le pregunten obviedades y lo mismo, si suena la flauta, alguien le hará sentir de nuevo molesta. Incómoda en su papel de señora que tiene que parecer que sabe sin tener ni pajolera idea. A esa pregunta sorprendentemente inteligente ella responderá como tan bien sabe hacer: marcando esas patas de gallo aradas en años nuevos en los Alpes suizos, achinando los ojos de manera amenazante, como si perdonara la vida de aquel que ha descubierto sin ser América su inutilidad.


Mientras eso ocurre, vayan ustedes apretando el trasero, no vaya a ser que nos llenen el susodicho de protocolos a la mínima de cambio. 

lunes, 21 de julio de 2014

Malos de los de antes

Ya no se hacen malos como los de antes. Bueno sí, está Pablo Iglesias, pero el adalid de Podemos es más el mal como concepto, es ayudar al ciego a cruzar la calle y dejarle en medio del tráfico de hora punta de una ciudad dormitorio a modo de experimento. Me refiero a los malos de película, a los malos de cine de sesión continua y descanso con visite nuestro bar. De esos ya casi no hay. El malo de ahora justifica su malevolencia apoyándose en gilipolleces tales como la ausencia del progenitor en sus funciones escolares o una pésima elección de asignaturas de libre configuración en la carrera que sacó a trompicones por hacerla compatible con cometer vilezas a tiempo parcial. Paparruchas. Un malo que se precie de serlo pisa hormigas porque sí y fuma en la sala de espera de neumología pediátrica por principios. Es algo genético, algo instalado en algún sitio entre el estómago y el periné, no algo adquirido.



He de confesar que el proceso que ha llevado al que suscribe a erigirse en la voz de El Malo ha sido bastante natural. Tras años de observación, uno siempre se posicionaba al lado de Darth Vader, de Falconetti, del Joker interpretado por Nicholson y también por el de Ledger, de los malos a los que no se les veía la cara en todo el metraje, de los que jugueteaban distraídamente  con el botón rojo que disparaba los misiles que apuntaban a la Casa Blanca, el Kremlin y el Bernabeu. Por todo esto tuvo uno a bien ponerse en contacto con el montepío de Malos de Película y les ofrecí mis servicios de pluma mercenaria. Deberían ustedes haberlos visto, todo emocionados porque había alguien que se confesaba rendido admirador de sus inquinas, deudor de sus mezquindades. Aceptaron, claro, tras acalorado debate en el que el mundo pudo haberse ido a tomar por el mismísimo trasero dos o tres veces en la misma tarde, y aquí me hallo.


Poseen los malos una dignidad de la que carecen todos los buenos que en el mundo han sido. Sirva de ejemplo esa costumbre tan de los malos de tardar demasiado en morir, de levantarse de nuevo cuando todos les dan por requetemuertos. Ese pequeño detalle habla muy a las claras de que los malos son de naturaleza tenaz y persistente hasta a la hora de retirarse a criar malvas. Dicen los malos con un pelín de nostalgia que cada vez son menos y que también han notado una acusada caída en el censo de buenos. Tienen más razón que un santo y no hay más que detenerse un rato a reflexionar sobre las noticias: los que se multiplican a ritmo exponencial a día de hoy son los mediocres…

miércoles, 16 de julio de 2014

Susana y Pedro. Pedro y Susana

Marcó el número de teléfono que ella le había dado aún sin haber digerido del todo la victoria. Concertó la cita con urgencia, casi con indisimulada ansiedad, y ya a la mañana siguiente a su pequeño triunfo se dejó ver con ella por la calle. A él se le veía nervioso, a ella relajada, segura de sí misma. Dicen los analistas de cámara que esa imagen de los dos paseando de manera supuestamente desenfadada anuncia nuevos tiempos. Renovación. Uno cree que esa no ocultada sumisión del elegido alarga la interinidad reinante, la provisionalidad que está asesinando metódicamente al partido. No es más que otro escudo humano hasta que las condiciones sean propicias para que la reina andalusí decida conquistar reinos más allá de Despeñaperros.



Puestos a mirar más allá, a donde los frívolos como el que suscribe dirigen la mirada de manera disoluta, uno juega a trasladar la misma cita algunos años atrás en el tiempo e imagina a los protagonistas con los papeles totalmente cambiados. La chica con algo de sobrepeso nadaría en un mar de nervios y el guaperas del instituto pisaría terrenos conocidos con total desenvoltura. Seguro que él le hubiera dedicado una media sonrisa de las que derriten y ella se hubiese reído tontamente, levantando de manera exagerada su caballuna quijada. Seguro que él hubiera pensado con toda la razón que la tenía en el bote. Eso mismito es lo que anteayer se le pasó por la cabeza a ella 

martes, 15 de julio de 2014

El malo de la película

Seguro que mi cara les suena. Tal vez alguna vez nos hayan presentado pero no son capaces de recordar mi nombre. Mi cara es una cara corriente, similar a cientos de caras con las que se cruzan cada día en la calle. Caras sin nombre, caras que esconden miserias e ilusiones, bondad o vileza a partes iguales. A pesar de que no me recuerden les sorprendería pensar en las veces que se han posicionado al lado del que suscribe, en las ocasiones en las que se dieron cuenta de que preferían que yo venciera. 


Todos llevamos un malo dentro, admitámoslo. Aquí no hace falta que escondan esa parte suya que les incomoda. Sean bienvenidos…